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LA MULETA DEL CORDOBES

  • Writer: Juan Zingaro
    Juan Zingaro
  • Feb 10, 2017
  • 5 min read

Updated: Apr 19, 2020


Varias veces en mis sueños de niño he caminado sobre el mar, en la realidad solo lo pude hacer en la calle y escasas veces hacia los becerros con las cuales me enfrentaba.

Manuel Benitez “El Cordobés” en sus momentos de locura se subía al lomo de los toros !

Múltiples cogidas, contusiones y cornadas le infligieron los toros pero él siempre siguió con la misma ilusión de enamorar al público, seducir a los más severos y catedráticos. A los que le preguntaban porqué después de tantos años de torear seguía con la misma necesidad de triunfar de los toros como del público, solía contestar con su sonrisa de siempre que “el hambre daba más cornadas que los toros”. Yo, que siempre he pisado el suelo de las plazas con cautela y respeto hacía él de negro vestido, siempre me acordaré de una voltereta durante la cual pude divisar hasta el campanario de la iglesia del pueblo situado a tres kilómetros de la plaza. Había salido de segundo, después de Curro Caro que con su oficio y movilidad me había dejado pensar de forma equivocada que la vaquilla era buena. Tenía un cuerno roto y sangriento y elegí colocarme de este lado para pegarle en absoluta confianza una tanda de derechazos, pero así no fue. La becerra (que en realidad tenía tres años cumplidos) tenía poca embestida y había aprendido ya el oficio. Me puse a buena distancia, cité al pitón contrario en toda ley y avancé la pierna, ella metió la cabeza en la muleta pero a media embestida buscó el cuerpo y lo encontró. El capote salvador de “Diamante Negro” terminó por llegar y me quitó de encimas la vaca furiosa que me buscaba en el piso con el pitón que le quedaba. Me levanté rabioso para volver a empezar cambiando los terrenos y dándole la salida hacía los toriles, pero fue la misma historia. Aunque me haya acercado mucho más tuve que padecer otra voltereta que me quitó las ganas de volver a empezar aquel día. Tenía 27 años y al recoger mi muleta y al sacudirla para desempolvarla me acordé.

Esa muleta me había sido regalada 16 años antes cuando me dedicaba a recolectar los machos colgando de las hombreras de los toreros. Todavía no habíamos encontrado como despojar los trajes de los toreros de sus atributos varoniles con una hoja de afeitar envuelta en cinta adhesiva de por un lado para no cortarnos los dedos, y había efectuado la vuelta al ruedo colgado de la hombrera del Cordobés que había vuelto al toreo y había venido en plaza de Palavas para darle la alternativa al torero francés Patrick Varin. Manuel Benítez en sus triunfos era un hombre generoso y le gustaba que la puebla le sacara lo que pudiera, así que solo cuando sentí que la hombrera entera se estaba desprendiendo del traje abandoné mi idea de robarle un macho.

Pero tuvimos tiempo para conversar, no tuve el coraje de pedirle si se lo podía arrancar de una, pero se me ocurrió decirle que era aprendiz torero y que me hacía falta dinero para comprar trastos, este en su inmensa bondad me dijo: “Machote tengo que torear toda la temporada y necesitaré de mis trastos pero el 28 de septiembre toreo en Nimes, si quieres venir a verme te regalaré una muleta”. Fue la temporada más larga de mi vida, el gran Manuel Benítez “El Cordobés” me iba a regalar una muleta de verdad, y yo en mi ingenuidad de niño la iba a esperar como un don de Dios. Después, con los años uno se desengaña y se da cuenta que en el mundo de los adultos pocos son los que cumplen con sus palabras. Pasamos la temporada dedicándonos a nuestro pasatiempo favorito; ver corridas de toros sin pagar, trepando por las rejas, engañando o amenazando a los celadores con gases lacrimógenos, introduciéndonos por los toriles subiendo al camión que traía el ganado o infiltrándonos en el momento en que pasaban los toreros la puerta del patio de caballos con la complicidad de un mozo de estoques, un capote bajo el brazo. Obviamente cada salida a hombros era sancionada por la pandilla con la sustracción de uno o varios machos, ya que habíamos descubierto el uso de la hoja de afeitar que nos proporcionaba discreción y de hecho impunidad.

Llegó el mes de septiembre y toreó en Nimes “El Cordobés”. Al terminar la corrida salté al ruedo y me acerqué a Don Manuel haciéndole recordar que me había prometido una muleta iniciando la temporada. El dijo “por supuesto que me acuerdo, pásate por el hotel y te la entregaré”. Llegué a los pocos minutos en el hall del hotel “Imperator" en el medio de la muchedumbre que quería ver de cerca al “fenómeno”. Alzada en los aires por el brazo del mozo de espadas de Manuel Benítez aleteaba la muleta tan codiciada. “Espera un momento me dijo el mozo, no te vayas que Don Manolo quiere conocerte”. Subimos por las escaleras y llegamos hasta una puerta donde una decena de mujeres esperaban a que saliera el torero, una de ellas pasó entre las muchas que se amontonaban y estas se quejaron preguntando en voz alta ¿ Y esta que se cree ?¿ Cree que se todo se le está permitido y que puede pasar antes que nosotras ?” La señora repicó en un francés perfecto “c’est que moi je suis sa femme”. Entré con ella y con el mozo de estoques en la habitación donde Don Manolo terminaba de bañarse, estábamos los cuatro esperando, ella parada, yo sentado en la cama con mi muleta en las manos y el mozo preparando el traje que iba a tener que limpiar. “El Cordobés” salió de la ducha, echó delante suyo con un vaporizador medio litro de colonia y se puso dentro de la nube de perfume que lo envolvió. Se sentó a mi lado envuelto en una toalla de baño, conversamos un ratito y me puso en la muleta una dedicatoria que nunca habré de olvidar: “ Con mucho cariño y que tenga la suerte que yo e tenido”.

Manuel Benitez no tenía buena ortografía pero tenía el corazón en las manos, caminaba a pasitos lentos hacia los toros como Jesús caminaba sobre el mar, y en sus desvaríos hasta se les trepaba encimas. Ademas de ser un gran torero aquel día me demostró que un niño podía confiar en la palabra de algunos hombres y que unos pocos nunca se olvidaban de donde habían salido.

Le agradezco mucho Don Manuel por haber pisado los ruedos de nuestras plazas, y haber tirado a los pobres desde los balcones de sus habitaciones de hoteles maletines llenos de billetes, enseñándonos en cada momento que existen hombres de verdad, que nunca se olvidan de donde vienen ni se esconden detrás de la máscara de la fama para despreciar y rebajar a los humildes.

Ojalá un día volvamos a encontrarnos para que se lo pueda hacer recordar y tal vez demostrarle mi gratitud regalándole un cuadro que lo represente.

Juan Zíngaro


 
 
 

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