MURIERON
- Juan Zingaro
- Feb 24, 2017
- 6 min read
Updated: Jan 16, 2020
Esta mañana desperté sobre las diez, no he dormido mucho, me hubiera gustado despertar más tarde, mucho más tarde, para acortar la espera. Encontré el sueño muy tarde, a pesar de haberme acostado temprano, pero los pensamientos no me dejaban, tenía la impresión de no saber más torear. Cada vez que me embestía ese toro imaginario, justo antes de que me cayera en el sueño, sentía que se me acercaba peligrosamente y sobresaltaba. Al final creo que pude dormir cuando estaba a punto de amanecer, por dos veces escuché el gallo anunciando que el sol no tardaría en apuntarse en el horizonte y que el campo despertaría, que se prepararían para embarcar a los dos toros que tendré que matar al atardecer.
Dormí poco, y dormí mal. Tuve un sueño agitado y desperté cansado, pero aliviado de que haya llegado el día tan esperado. Quiero estar solo. Quiero que sigan pensando que estoy profundamente dormido, pero al despertar, el miedo no tardó en instalarse en esta habitación que me parece más angosta que ayer. Es bien bonita mi habitación. Es una cabaña de cal blanca con techo de juncos a dos pasos de la plaza. Esta tarde iré caminado a la plaza, pero de momento parece que estoy velando un muerto, solo que soy a la vez el muerto y él que lo está velando. Tuvieron la mala idea de preparar mi traje y de colocarlo en una silla al lado de mi cama, el capote por encima, como si yo me iba a olvidar de esta cita que tengo conmigo mismo y con la muerte.
Hasta la hora de vestirme, no dejaré que entre nadie en mi habitación, ni mis amigos, ni mi padre, ni la cuadrilla que vendrá a esperarme a las cuatro y veinticinco. Ellos caminarán detrás mío, llevarán mi capote de paseo y mi montera, yo quiero ir a la plaza con las manos libres, soy torero !
Son las tres y veinticinco precisamente, mi papá entra en la pieza, hace un poco de luz y dispone como me gusta que lo haga, el capote de paseo sobre la cama que arreglé yo mismo, me gusta que las cosas estén arregladitas, yo estoy bañado, listo para vestirme. Poco a poco mis ideas se hacen más confusas. No puedo pensar en nada más que en estos dos monstruos que me esperan en los toriles de la plaza. Dicen que la novillada es fuerte, que tiene mucha cara, pero dice el mayoral que se dejarán. Los mayorales siempre dicen eso, que más pueden decir, él que tendrá que quedarse delante de estos animales, muleta en mano, durante diez minutos cada vez, soy yo. Yo soy el torero !!! Dice mi papá que me tocó el lote más bonito, un colorado ojo de perdiz y un castaño chorreado en verdugo, dice que este le gusta, que esta mañana durante el apartado, estaba muy atento a todo. Igual puede decir lo que quiera. Ahora me da lo mismo, estoy en la trampa, encerrado en esta habitación de quince metros cuadrados y se acerca la hora, bonitos o no, que sirvan o no, tendré que matarlos. Tengo dieciséis años recién cumplidos y mi autoridad en pista no deja lugar a dudas. La otra vez no quise que un banderillero se quitara la montera para saludar. Si se quieren lucir pensé, que se vistan de oro y que se queden delante del toro los veinte minutos que dura la lidia.
Perdonen si les cuento todo eso. Quizá no debería, pero el miedo me está torciendo las entrañas, el silencio de mi papá es insoportable, igual ¿Que nos diríamos? No hay nada más que decir, ahora solo hay que cumplir y ya terminé de vestir este hermoso traje granate que estoy estrenando hoy. Es mi primera novillada con caballos. Saldré de tercero, me tocará esperar un poco más, y a la hora del paseo, como en todas las grandes aventuras, caminaré entre los más experimentados.
No tengo Vírgenes, no tengo medallas, ni amuletos, no creo en Dios, ni tampoco en el diablo. Si Dios existiera no habría tantos conflictos en este mundo, ni tanta pobreza, ni tantos niños que se mueren de hambre. Acá solo puedo contar conmigo. Se abre la puerta de mi cuarto y salgo a la luz que me encandila los ojos y me hace brillar como una estrella, me voy para la plaza. Soy torero, soy torero, soy torero !!!
Al llegar a la puerta de cuadrillas me abro el paso entre la muchedumbre, no tuve que caminar mucho, pero me siento relajado. Mentira, me siento más angustiado que nunca. Todos quieren tocarme, todos quieren hablarme y yo pues, yo no reconozco a nadie, las voces suenan lejos, las palmadas en la espalda son tantas flechas que me clavarán después, si no estoy bien. Todos quieren verme, pero nadie me mira a los ojos por miedo a encontrarse con mi miedo o por miedo a que les haga responsables de mi penitencia, en este instante llevo en los hombros toda la miseria del mundo y busco un culpable. Al primero que me mirará de frente, le echaré la culpa sin piedad. Quiero salir corriendo pero no puedo. Me quedaré, me quedaré !!! Estos veinte minutos en el patio de caballos son los veinte minutos más largos de mi vida.
Los toros salieron algo flojos, el primero muy complicado, cabeceaba mucho, más para defenderse por falta de fuerza que por verdadero genio, no pude torearlo a gusto, y he perdido mucho tiempo buscando un terreno que me facilitara las cosas. Al final lo tumbé de una media espada y un descabello, pero sabía que el castaño, mucho más imponente, me esperaba soplando y rugiendo en su chiquero (me habían dicho que al desembarcarlos era el más agresivo y fue complicado encerrarlo). Salió fuertísimo, rematando los burladeros, lo que me hizo sentir bien porque sabía que su embestida era franca, era más poderoso, no se cayó ni una sola vez, a pesar de haberse tomado sus dos puyazos y me costó trabajo hacerle abrir la boca durante la faena. Con la muleta me doblé con él hasta los medios y empecé una faena calmada, preparándome bien entre cada tanda, dejando que se recuperara para que me dejara componer la figura. Los amigos gitanos me tocaron las palmas por bulerías desde las gradas y tocó la banda. Me sentí muy torero pero confié en él demasiado, lo que fue sancionado por una fuerte voltereta en que me abrió el punto de la taleguilla con el pitón derecho, luego buscándome en la arena, apoyándose con todo su cuerpo. En un momento sentí el cuerno cerca de mi cuello, labrando la arena, pero no me alcanzó. Volví a coger los trastos para terminar la faena con la cara sucia de la sangre del toro y con la ceja abierta. Al final lo maté de una estocada muy leal, en todo lo alto y se cayó muerto casi inmediatamente, sin puntilla como se dice. Le corté las dos orejas y tuve que dar una vuelta al ruedo, ovacionado por el publico que hacía mucha bulla a pesar de su escasez !!!
De nuevo quiero estar solo. Al encontrarme en mi cuarto, me miro al espejo. Mi traje nuevo, pobrecito, está vuelto mierda, manchas de sangre del toro que tantas veces rozó mi cuerpo, y al que tantas veces ofrecí mi vida a cambio de unos oles. Mi vestido tan lindo está todo salpicado de gotas redondas y oscuras de sangre coagulada. De mi ceja abierta chorrean dos arroyos finos y largos que se juntan en mi mentón y se mezclan con mi sudor, mojando el cuello de mi camisa con un líquido transparente. Mi mano derecha está mojada, como si hubiera entrado entera en el cuerpo de este toro.
En un rincón del cuarto, sobre mi espada sin forro apoyada contra la pared de cal blanca, aparecen unos dibujos extraños que me hacen pensar en las manchas de aceite en la carretera cuando llovió. La sangre es transparente y aparece el acero a través de las múltiples burbujas de aire. Murieron. No se lo que realmente habrán pensado los demás y no lo quiero saber. Fue curioso volver a encontrarme de tan cerca con estos animales, llegar al hotel con tres puntos de sutura puestos en la enfermería de la plaza y quitarme este traje empapado de sangre y de sudor. Hasta la blanca camisa tenía salpicaduras en el cuello, manchas en los puños y pensé al desvestirme: “que encuentro tan furtivo y tan curioso que él del hombre y del toro”. Entonces me sentí como después de haber hecho mucho el amor, muy relajado pero algo mareado, con la impresión de haber hecho algo sin sentido.
Tuviera muchas más cosas que contar, pero de momento no puedo. Cada vez que cierro los ojos veo los cuernos, escucho el soplido ronco y huelo el olor a sangre tibia de estos dos animales. Solo pienso en un texto de Galeano que se llama los amantes y dice: “ellos son dos, por error que la noche corrige”.
Juan Zíngaro.

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