DIAMANTE NEGRO
- Juan Zingaro
- Aug 16, 2017
- 8 min read
Updated: Jan 14, 2020
"De esto se trata, de coincidir con gente que te haga ver cosas que tú no ves. Que te enseñen a mirar con otros ojos”. Mario Benedetti

En la dinámica del mundo, es mucha coincidencia para que dos personas alcancen a vivir en un mismo lugar y en el mismo espacio de tiempo, nuestras vidas son tan cortas y son tantas las diferencias que hay entre la gente que siempre resulta sorprendente que en un lugar tan pequeño y tan aislado puedan coincidir todos los factores que hagan que una o hasta varias vidas cojan un rumbo que con certeza sin que se juntaran todas estas circunstancias inicialmente improbables, se definieran el rumbo de varias vidas.
Le Sambuc es un pueblo situado en plena “Camargue” y tiene 530 habitantes, por lo cual hay muchos mas mosquitos armados dispuestos a chuparle la sangre a quién se descuide, que gente, así se les agregue los ovinos, y bovinos o matadores armados con espadas “luna” como lo fueron los dos matadores Antonio Montiel y mucho más tarde Diamante Negro del cual trataré con este relato de contarles la historia.
Antonio Montiel, matador de toros español retirado, vivía no se sabe por cual razón en este pueblo, tal vez porque es uno de los pocos lugares que se parecen a la marisma de Sanlucar de Barrameda y como esta, donde las aguas salinas al secarse en el calor del verano dejan agrietada la tierra y donde solo resisten las matas y arbustos que han sabido adaptarse a las condiciones extremas de un clima poco clemente en verano, tiene aires de fin del mundo.
Estos arbustos regalan muy poquita sombra, justo aquella que les sirve a los toros bravos para soportar el infierno de los meses que al llegar la edad de morir como novillos o como toros preceden el apartado y embarque de los que con su destino deben cumplir.
Antonio Montiel iba envejeciendo anhelando que apareciera a quién contar por última vez la historia de un matador de toros venido de España huyendo de la dictadura de Franco, o de la miseria, o de ambas cosas, aunque probablemente y sin saberlo, estaba esperando la venida del mesías, pero no tenía idea de que en estas tierras ignoradas de todos, el enviado de Dios llegaría muleta en mano y tendría el color del ébano, pues tampoco hubiera tenido que estar en este pueblo prácticamente solo pero rodeado por decenas de ganaderías de toros con los cuernos en lira, de estos que sirven para las corridas “camarguaises”, y de unas cuantas ganaderías de bravos, puesto que el suelo no da para mucho más que para el cultivo del arroz y la crianza de un ganado rústico y poco exigente. Como es un región de gran tradición taurina, muchos terratenientes se dedican a ambas actividades; El arroz proporcionándoles como criar a sus toros que a su turno les ofrecen grandeza y emoción tanto en la arena de las plazas de la región, como al mirarlos, manchas negras esparcidas en una tierra casi virgen, donde las olas del mediterráneo vienen a romper en las inmensas playas de arena fina que bordan los cercos donde pastan los toros.
Gildas Gnafoua nuestro protagonista había nacido de una mamá blanca y de un papá negro procedente de la Costa de Marfil. No conozco los pormenores de esta historia de amor pero la mamá estuvo obligada a dejar su hijo con sus abuelos puesto que el todo poderoso a quién no le importa que los niños crezcan sin sus madres la había llamado al lado suyo, y pues el papá tuvo que buscarse la vida donde pudo y fue en Paris que le dio por quedarse a hacer lo que pudo con lo que a la vida le pudo arrancar. Los abuelos del niño que pude conocer lo criaron con el amor que engrandece el dolor de haber perdido a su hija y pienso que lo levantaron con dignidad y mucho cariño y dedicación.
Sin embargo el joven con apariencia de futbolista brasileño creció preguntándose como él que tenía la piel oscura podía estar metido en el medio de una sabana cuyos animales más parecidos a los elefantes eran los mosquitos, y tan lejos de la tierra de los leones y de sus ancestros. Crecía en un mundo que sus genes desconocían y donde solo el aspecto de esta tierra salvaje y el color de las reses podían proporcionarle algo con que identificarse. Si bien sus abuelos lo criaron con todo el cariño el muchacho se crió en un mundo que en apariencias por lo menos no tenia que ver con lo que era, así que se crió como un niño salvaje, en medio de la marisma, de sus tierras saladas, de los mugidos de los toros en el campo cercano, buscando a alguien que contestara sus preguntas que por muchas no tenían respuestas.
Fue Antonio Montiel el matador retirado quien a medias le contestó, contándole al niño negro recuerdos de gloria que probablemente nunca había vivido y enseñándole lo que había aprendido a lo largo de la dura experiencia que era en ese entonces el hecho de hacerse matador fuera de España. Con sus historias inyectó en la sangre roja del niño negro, la pasión de los toros y le dio identidad de torero. El niño negro cuyo nombre francés y apellido africano le complicaban la vida, se llamaría Diamante Negro y sería torero. Había nacido en la noche oscura una estrella resplandeciente llena de sueños de luz.
Fue por una noche de luna llena, que Diamante Negro entró en mi vida, saliendo a escondidas y por la ventana de la casa de sus abuelos acompañado de otra sombra más clara, Charlie Laloe “El Lobo”, quién más adelante sería el testigo de la alternativa que le daría Fernando Cepeda y en medio de una semi oscuridad cómplice, que nos permitiría robarles unos pases, cada uno a su turno, los demás escondidos en el pasto para no llamar la atención y estar presentes en caso de peligro inmediato a las becerras de una ganadería de bravos situada en la cercanía del pueblo.
Por mi parte tenía 27 años y era padre de familia, esto era un juego y había aceptado la invitación para recordar los momentos, años atrás en que con otros toreros salvajes me dedicaba a estas escapadas nocturnas, que pronto dejaría por otras tan riesgosas como estas pero durante las cuales aprendería los amores de contrabando, con las muchachas de mi barrio, que por un torero se entregaban en cuerpo y alma, pero más que todo en cuerpo perdiendo por lo mismo lo que al igual que las becerras tenían de más preciado, es decir su inocencia. La sanción era aproximadamente la misma, por ser nueva la vaquilla, su propietario, padre o ganadero con un escopetazo nos podía pagar.
Sin embargo los niños, ellos, no iban en bromas. Hubieran tenido que ver al pequeño Lobo de 12 años correr detrás de las vacas protegiendo a sus crías y agarrarse del cuello de las que se retrasaban para separarlas de la camada. Nosotros, los grandes, nos contentábamos con mirarlos mientras separaban las reses, pero una vez hecho el trabajo pesado de separar y arrinconar a las becerras, no podíamos resistir y llegábamos muleta en mano para dar unos pases tímidos al principio, pero que terminaban de rodillas y por mi parte una vez la vaquilla rendida, con un desplante a la Chamaco, tirando por un lado los trastos y presentando, muerto de la risa, el pecho a la becerra exhausta.
A los pocos meses el joven “Lobo” de 13 años hizo su presentación en novilladas sin picadores y Diamante Negro siguió sus pasos unos meses después. Las primeras novilladas fueron algo complicadas, pero el porte, las cualidades físicas propias de los africanos, la personalidad y lo que la técnica le iba a aportar de seguridad, hicieron del joven novillero inseguro y en menos tiempo que hace falta para escribirlo, el torero que todos querían ver. Él mismo, me dijo que el valor le llegó con el conocimiento y la práctica. La técnica le iba ayudando a solucionar los problemas que presentaban sus adversarios. Esta reciente madurez hizo que Simón Casas le propuso debutar con picadores en Nimes Francia, sin embargo su presentación con caballos se atrasó y ambos rompieron relaciones. Sin embargo alcanzó a debutar en Arlés y los éxitos rotundos que obtuvo en diferentes plazas del suroeste de Francia le abrieron 2 veces seguidas las puertas de la plaza de toros de Nimes.
La carrera como novillero de Diamante Negro estuvo con altos y bajos, siempre y por la misma razón, “como no cortas orejas, no toreas más”, y sin la ayuda de un apoderado influyente y por mucho que la gente lo quisiera ver, algunos empresarios-apoderados montaron los espectáculos de tal forma, que los novilleros franceses interesantes del momento competían en las mismas novilladas, esto con el fin de hacer que se dijera, “es que tal novillero es mejor que tal otro”. Fue de esta forma que muchos novilleros fueron descartados o más bien sacrificados por la mafia taurina francesa, cuyos protagonistas no se contentan con ser empresarios muchas veces de varias plazas, sino que cuidan de sus intereses ayudando a algunos toreros a cambio de que otros empresarios-apoderados acepten el sistema de intercambios que facilita y mucho la carrera de unos toreros algunas veces poco interesantes a cuesta de los que realmente tienen talento.
Una mañana en que Diamante Negro compartía cartel con su compañero El Lobo, le cortó tres orejas a una novillada de la Quinta, saliendo a hombros por la puerta grande, sin embargo Juan Bautista, el cual nunca tuvo que justificarse con compañeros como El Lobo o Diamante Negro, salía en la portada de los periódicos como máximo triunfador de la feria, con solo dos orejas cortadas al día siguiente en otra novillada.
Diamante Negro que para nada era un diamante en bruto padeció este sistema de corteses intercambios, nacionales e internacionales, colgó los trastos siendo el mejor novillero de esa época, el cual a mi parecer tenía todas las aptitudes y cualidades para ser una gran figura del toreo. Abandonó el toreo, no sin haber insistido, por falta de reconocimiento, por empeñarse algunos en hundirlo, solo porque nadie, ninguna piedra quiere competir con un diamante, por muy oscuro que sea.
Diamante Negro regresó para tomar la alternativa en plaza de Mejanes, teniendo como padrino Fernando Cepeda que toreó no sin antes hacerse pagar el sueldo completo. La corrida la montaba Pierre Hernández, hombre de bien y mecenas de muchos jóvenes toreros que acompañó hasta la alternativa, montando espectáculos para que pudieran torear. Pierre Hernández siempre con la misma energía, la misma ilusión ayudaba hasta enfrentarse con la realidad del mundillo. El testigo de alternativa fue evidentemente el compañero de siempre, Charlie "El Lobo” recién subido al grado de matador de toros.
Fue una de las últimas tardes de “Diamante Negro”, preso de un mercado sin piedad, en él que no dudan en confundir al publico, haciéndole creer, ignorante y bondadoso, que la fama lo es todo, para que se olvide del talento puro. “Diamante Negro” había nacido en el medio de la nada, y regresó a la nada, a pesar de un talento puro, indiscutible y que hubiéramos pensado imprescindible, después de haber tocado las nubes.
A Diamante Negro fuente de mi inspiración artística, por los muchos cuadros que pinté y se fueron de por el mundo, porque la elegancia y la planta torera son amigas del arte, en recuerdo de aquellas noches de luna llena y porque los artistas y los toreros son eternos.
Juan Zíngaro, julio de 2017
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